viernes, 14 de junio de 2013

Diario de alimentos, porqué es importante registrar todo lo que comes


 

Apuntar todo lo que comes es de flojera. Eso lo he escuchado en casi todas la reuniones a las que he asistido.  Creo que muchos les recuerdan las planas que les dejaban de tarea en la escuela en los primeros años.

Yo considero que tengo buena memoria. Por el trabajo que tengo, he tenido que entrenarme para tratar de recordar lo más exactamente posible lo que la gente hace y dice, para después escribir sobre ello.  Por eso podría creer que soy perfectamente capaz de recordar qué es lo que comía a lo largo del día, aunque la verdad es que la mente me juega trucos muy engañosos.

Me he dado cuenta que la mayoría de las personas come más de lo que se da cuenta. Una probada de las papas del vecino. La tortilla que le sobró a la compañera. Galletas en la junta. Un chorrito de leche para el café. Más azúcar al agua. Un té helado désos de Fuze Tea, al fin que el té es saludable, ¿no?.

Todos esos “poquitos “cuentan. A veces más de lo que queremos aceptar. Estamos sumando puntos extras que al no anotarlos, se nos olvidarán y después estaremos preguntándonos por qué no bajamos de peso.

Pensamiento que no es plasmado, desaparece. Pero en el caso de los puntos, todo, todito todo, se queda en el cuerpecito. Remember, hips don’t lie.

En mi caso, el apuntar es casi la única manera que tengo para mantenerme en control.  Yo no como por hambre. Como por que puedo y si puedo, como nada más lo que me gusta.

Y lo que más me gusta se llama pan, queso, chocolate, helados. Harinas, grasas y azúcares. Y si están mezclados, seguro sabrán mejor.

Y si empiezo a comer sin contar lo que como, pues simplemente me dejo ir como gorda en tobogán. No paro. Puede ser que comience el día muy bien, con mis huevitos con verdura, fruta picada y mi tecito. Un desayuno de cuatro puntos.
¡Claro que así desayuno diario!. En mi mente.
 

Pero en cuestiones de comida, tengo amnesia selectiva. Puedo recordar perfectamente que me comí una bolsa de zanahorias baby, pero mi mente olvidará las barritas con las que acompañé el café.  Serán cuatro puntos los que esté olvidando anotar.

Para la hora de la comida, pude que se me antoje de último momento tomar agua de limón con chía junto con mi sopa de verduras y mis acelgas gratinadas y que por ser una decisión precipitada, olvide anotar el agua. Ahí van otros dos puntos extra, pero seguramente yo solo recordaré que las verduras valen cero puntos y que el queso Oaxaca, cada rebanada, vale dos puntos. Así que creeré que hice una comida de seis puntos.
 Vegetariana hasta que se me atraviesa la hamburguesa.
 

Y qué tal que Godínez cumple años y hay pastel y gelatina. Y pues como yo estoy a dieta, pues elijo la gelatina, que es de leche. Pero como ya es tarde y ya me voy de la oficina, pues se me olvidó apuntarla. Otros ocho puntitos por lo menos. Ya van 14 puntos extras que no he apuntado.

Y pues uno no debe irse a la cama sin cenar. Y recordaré que comí huevos y muchas verduras a lo largo del día, así que creeré que comer una rebanada de pizza del Costco no está tan mal. Esa sabrosura vale por lo menos 18 puntos, tomando en cuenta la información nutrimental de aquí y aquí.
Piiiiiiizza. Never let me go.
 

Pero gran error. Sumando todo lo que me comí, son 42 puntos de los cuales mi mente solo quiere registrar 28. Y si para el fin de semana sigo creyendo que aún me quedan puntos de mi asignación semanal extra, pues sabemos perfecto que pasará cuando me suba a la báscula en mi siguiente reunión.

Con suerte, no habré subido mucho, pero me atormentaré pensando que hay algo mal en mí cuando lo único que sucede, es que no llevo un registro puntual de lo que como.

El autoengaño es fácil. La autocomplacencia también. Confiar en nuestra buena memoria está bien, pero si quieres observarte, no subestimes el poder de registrar lo que comes.

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