Apuntar todo lo que comes es de flojera. Eso lo he escuchado
en casi todas la reuniones a las que he asistido. Creo que muchos les recuerdan las planas que
les dejaban de tarea en la escuela en los primeros años.
Yo considero que tengo buena memoria. Por el trabajo que
tengo, he tenido que entrenarme para tratar de recordar lo más exactamente
posible lo que la gente hace y dice, para después escribir sobre ello. Por eso podría creer que soy perfectamente
capaz de recordar qué es lo que comía a lo largo del día, aunque la verdad es
que la mente me juega trucos muy engañosos.
Me he dado cuenta que la mayoría de las personas come más de
lo que se da cuenta. Una probada de las papas del vecino. La tortilla que le
sobró a la compañera. Galletas en la junta. Un chorrito de leche para el café.
Más azúcar al agua. Un té helado désos de Fuze Tea, al fin que el té es
saludable, ¿no?.
Todos esos “poquitos “cuentan. A veces más de lo que
queremos aceptar. Estamos sumando puntos extras que al no anotarlos, se nos
olvidarán y después estaremos preguntándonos por qué no bajamos de peso.
Pensamiento que no es plasmado, desaparece. Pero en el caso
de los puntos, todo, todito todo, se queda en el cuerpecito. Remember, hips don’t
lie.
En mi caso, el apuntar es casi la única manera que tengo
para mantenerme en control. Yo no como
por hambre. Como por que puedo y si puedo, como nada más lo que me gusta.
Y lo que más me gusta se llama pan, queso, chocolate,
helados. Harinas, grasas y azúcares. Y si están mezclados, seguro sabrán mejor.
Y si empiezo a comer sin contar lo que como, pues
simplemente me dejo ir como gorda en tobogán. No paro. Puede ser que comience
el día muy bien, con mis huevitos con verdura, fruta picada y mi tecito. Un
desayuno de cuatro puntos.
¡Claro que así desayuno diario!. En mi mente. |
Pero en cuestiones de comida, tengo amnesia selectiva. Puedo
recordar perfectamente que me comí una bolsa de zanahorias baby, pero mi mente
olvidará las barritas
con las que acompañé el café. Serán
cuatro puntos los que esté olvidando anotar.
Para la hora de la comida, pude que se me antoje de último
momento tomar agua de limón con chía junto con mi sopa de verduras y mis
acelgas gratinadas y que por ser una decisión precipitada, olvide anotar el
agua. Ahí van otros dos puntos extra, pero seguramente yo solo recordaré que
las verduras valen cero puntos y que el queso Oaxaca, cada rebanada, vale dos
puntos. Así que creeré que hice una comida de seis puntos.
Vegetariana hasta que se me atraviesa la hamburguesa. |
Y qué tal que Godínez cumple años y hay pastel y gelatina. Y
pues como yo estoy a dieta, pues elijo la gelatina, que es de leche. Pero como
ya es tarde y ya me voy de la oficina, pues se me olvidó apuntarla. Otros ocho
puntitos por lo menos. Ya van 14 puntos extras que no he apuntado.
Y pues uno no debe irse a la cama sin cenar. Y recordaré que
comí huevos y muchas verduras a lo largo del día, así que creeré que comer una
rebanada de pizza del Costco no está tan mal. Esa sabrosura vale por lo menos
18 puntos, tomando en cuenta la información nutrimental de aquí y aquí.
Piiiiiiizza. Never let me go. |
Pero gran error. Sumando todo lo que me comí, son 42 puntos
de los cuales mi mente solo quiere registrar 28. Y si para el fin de semana
sigo creyendo que aún me quedan puntos de mi asignación semanal extra, pues
sabemos perfecto que pasará cuando me suba a la báscula en mi siguiente
reunión.
Con suerte, no habré subido mucho, pero me atormentaré
pensando que hay algo mal en mí cuando lo único que sucede, es que no llevo un
registro puntual de lo que como.
El autoengaño es fácil. La autocomplacencia también. Confiar
en nuestra buena memoria está bien, pero si quieres observarte, no
subestimes el poder de registrar lo que comes.
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