jueves, 31 de enero de 2013

Todos me ayudan… menos yo

Hace unos años, se me dificultaba más apegarme a mi plan de alimentación porque yo era la única en mi casa que estaba siempre a “dieta”.

Mi hermana era una niña en crecimiento que comía de todo, mi hermano un adolescente cuya masa muscular en crecimiento y pierna hueca le permitía succionar toda la comida que estuviera a su paso y mis padres gozaban de una salud perfecta. Nadie necesitaba cuidar “especialmente” su alimentación. A la fecha, todos siguen comiendo más o menos de todo, y yo sigo siendo la única que se pelea todos los días con la báscula y el cinturón.

Ahora que solo comparto mi refrigerador con mi esbelto y disciplinado marido, ya no tengo ese pretexto. Lo único que hay en este momento es papaya, gelatinas light, ensalada, sopa de espinaca, pollo con salsa verde, tortillas de maíz, queso panela, pechuga de pavo.

Así que el problema de que mi entorno me “obligue” a comer de más, está eliminado, por lo menos de mi refrigerador.

En el trabajo, los amigos con los que me junto solían tragonear de lo lindo. Se compraban papas, refrescos, panes, galletas y de ésos postres en vaso que son mal llamados cafés y que tienen una sirena verde estampada en el vaso.

Y resulta que todos, TODOS han perdido entre 6 y 22 kilos.

De un día para otro comenzaron a cuidar su alimentación, a hacer ejercicio y ¡voilá!..la “magia” se hizo.

Mientras todos ellos bajaban de peso yo seguí engordando, por supuesto. Ellos dejaron los malos hábitos, yo no. Así que mi pretexto para seguir gorda no está tampoco en la oficina.


22 kilos menos, 22 kilos menos y 6 kilos menos y más músculo; o sea, todos bajan menos yo.
 y entonces, ¿por qué yo no bajo de peso?

Mi talón de Aquiles, además delas harinas, es el ejercicio. Lo odio, no me gusta. Y cada kilo que tengo de más es proporcional al odio que le profeso al ejercicio.

Y yo, como el 100% de la población que no hace ejercicio, “no tengo tiempo” para ir al gimnasio, salir a caminar, ni nada de eso.

Pero resulta que al heroico departamento de Recursos Humanos del lugar donde trabajo, se le ocurrió la genial idea de montar un gimnasio para los empleados.

El gimnasio está a 10 pasos de mi estación de trabajo. Y aún así, sólo en tres ocasiones lo he utilizado. Tiene baño con duchas, así que el estar apestosa en el trabajo tampoco es un pretexto.

Y a estas alturas ya se habrán dado cuenta de que no cocino. Con trabajos a veces aviento unas lechugas y un poco de atún a un tupper (eso, cuando estoy inspirada). Los otros días pago para que alguien me traiga una ensalada de lechugas aventadas, muy parecida a la que yo podría preparame, pero que cuestan tres veces más, o como lo que haya en mi fonda de confianza.

Ah, pues tengo otra amiga del trabajo que le encanta cocinar, que se puso a cuidar su alimentación y que varias veces se ha ofrecido a cocinarme a mí también.


Calabacitas rellenas de atún con jitomate, cebolla y alcaparras, deliciosa creación de mi esbelta amiga Ana, sin una gota de grasa extra añadida y con solo tres puntos plus
 
Incluso me ha llegado a traer de la comida saludable que prepara para ella.

Así que todos me ayudan: mis amigos, mi trabajo, mi esposo. Todo se alinea para que yo tenga un ambiente que favorezca la baja de peso. Entonces ¿qué me pasa? ¿Qué me impide bajar de peso y no volver a recuperarlo? ¿Por qué me es tan difícil iniciar con el cambio?

Trato no sólo de vivir un día a la vez, sino un momento y decisión a la vez, paso a paso. Ya he hecho cambios radicales antes y no me han funcionado. Y aunque en este momento parece que tengo todo a favor, aún tengo que vencer el obstáculo más fuerte: mi propia resistencia al cambio.

Este blog no es patrocinado ni auspiciado de ninguna manera por las marcas sobre las que aquí se opina o por Weight Watchers México. Los escritos representan únicamente la experiencia de la autora y no sustituyen una consulta con un profesional de la salud.

1 comentario:

  1. Busca ayuda, tal vez un grupo de comedores compulsivos anónimos sea la solución

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